El pez de la luna
26
de septiembre de 2009 a la(s) 21:14
Aquella
tarde el verano había regalado a Valentina un viaje a la Piedra del Chileno. A sus seis años ya conocía buena parte de la costa allí
cerca de su casa en Candelaria un pueblo de artesanos, albañiles y
vendedores itinerantes. Carlos, su papá, era maestro de la escuela
del lugar y disfrutaba especialmente llevando a valentina a conocer
los caracoles del fondo del marque llegaban hasta la costa, el viento
que viraba al atardecer, el silencia de los médanos de arena blanca
y fresca, los escondites con flores increíbles entre las acacias
achaparradas y los tamarices, o a remontar cometas que él y
Valentina inventaban y construían con papeles de colores y largas
cañas. Pero nunca habían ido a la Piedra del Chileno un lugar
alejado donde las rocas de una antigua serranía penetraban en el mar
siempre agitado y profundo. Llegaron en la bicicleta en la que Carlos
la llevaba siempre de paseo y luego de dejarla recostada sobre unas
acacias rastreras se encaminaron hacia la punta de la península en
medio del rumor de las olas que rompían persistentemente sobre las
rocas de la costa. Cuando llegaron ya casi atardecía, Carlos le
alcanzó a Valentina un calderín con el que ella empezó a intentar
atrapar algún pez en el agua agitada que corría entre las piedras
oscuras. Su papá la observaba con atención de modo que nada malo le
pudiera ocurrir como por ejemplo resbalarse y lastimarse sobre las
rocas. De pronto una sonrisa mezclada con asombro se dibujó en la
carita de Valentina.
Con sus dos manos sostenía el instrumento de pesca dentro del cual un diminuto pez se agitaba como una moneda de plata. Valentina extendió una de sus manitos y lo tomó con cuidado.
El pececito daba pequeños saltos de acróbata como si quisiera ganar la voluntad de la niña para que lo devolviera al agua. Lo cierto es que ella miró a su papá y le dijo “pobrecito,quiere volver al agua” a lo que Carlos le respondió “ haz lo que tú creas que es mejor”.
Valentina pensó unos segundos y luego giró con todo su cuerpo hacia la orilla y con un movimiento suave dejó al pececito en el agua. Al caer al mar ,de pronto, Valentina vio algo que nunca iba a poder olvidar: allí donde había dejado caer el pez apareció sobre el agua una luna nueva, temblorosa y suave. Valentina sonrió satisfecha y le dijo a su papá “ el pececito se quedó muy contento”
Mientras, la luna navegaba silenciosa en el inmenso cielo estrellado de aquel verano en Candelaria.
César Barretto Luchini
2006
Dedicado a mis nietos Julieta, Lautaro, Milena y Julieta
Con sus dos manos sostenía el instrumento de pesca dentro del cual un diminuto pez se agitaba como una moneda de plata. Valentina extendió una de sus manitos y lo tomó con cuidado.
El pececito daba pequeños saltos de acróbata como si quisiera ganar la voluntad de la niña para que lo devolviera al agua. Lo cierto es que ella miró a su papá y le dijo “pobrecito,quiere volver al agua” a lo que Carlos le respondió “ haz lo que tú creas que es mejor”.
Valentina pensó unos segundos y luego giró con todo su cuerpo hacia la orilla y con un movimiento suave dejó al pececito en el agua. Al caer al mar ,de pronto, Valentina vio algo que nunca iba a poder olvidar: allí donde había dejado caer el pez apareció sobre el agua una luna nueva, temblorosa y suave. Valentina sonrió satisfecha y le dijo a su papá “ el pececito se quedó muy contento”
Mientras, la luna navegaba silenciosa en el inmenso cielo estrellado de aquel verano en Candelaria.
César Barretto Luchini
2006
Dedicado a mis nietos Julieta, Lautaro, Milena y Julieta